miércoles, 30 de diciembre de 2015

El año del Gato

                 
A mediados de Enero llevamos nuestros gatos a la ermita de San Antón para que recibieran las bendiciones del santo y los alejara de todo mal. Pero los gatos rehusaron las jaculatorias y procedieron a bendecir ellos mismos a la concurrencia con su mirada y su divina indiferencia. Apenas diez días antes dos hombres mataron en París a doce periodistas del semanario Charlie Hebdo. El año empezaba mal porque la libertad de expresión sangraba en Europa. Los opinadores, comentaristas, columnistas y tertulianos tenían que decir algo importante y original pero las palabras se volvieron pequeñas, sin estatura, delgadas y etéreas ante el peso de la muerte. Por cierto, que según contaban quienes gustan de las noticias de la muerte, en Marzo aparecieron los presuntos huesos de Miguel de Cervantes tiritando de anonimato en la cripta de un convento de Madrid. Los gatos que andaban por allí cambiaron su postura mostrando su ilustre lomo a las autoridades que asistieron a la rueda de prensa.

Doscientas noventa y tres mujeres y niñas fueron rescatadas en Abril. Se encontraban secuestradas en Nigeria por Boko Haram. Abril es un buen mes para devolver libertades a mujeres y niñas, si es que alguna vez tuvieron libertad estas mujeres y niñas nigerianas. Estas niñas liberadas  no son aquellas niñas a las que filmaron cubiertas con mantos grises entonando letanías y que también fueron secuestradas por el mismo grupo. Los gatos lloran junto a las madres de aquellas niñas. Pocos sonidos hay más sobrecogedores y angustiosos que el llanto de un gato. 

En Julio, poco después de celebrar la noche de San Juan, la nave New Horizons llegó a Plutón. Este verano las ciudades han mirado al cielo para ver las Perseidas en Agosto y  un eclipse lunar en Septiembre. Cualquier cosa brillante que hicieran las estrellas y su parentela era bien acogida por esta Europa tan cansada como una mecedora vieja. Con los ojos mirando los colores del cielo, la gente esperaba dos noches antes de la Luna nueva porque las lágrimas de San Lorenzo se aprecian mejor con poca luz. Los gatos saltaban por las escaleras más extrañas en las noches de este verano.

Hacia Noviembre la muerte violenta volvía a París y cuentan algunos astrónomos sin alergia al romanticismo que la Luna no se ha vuelto Nueva desde entonces. Sea como fuere y sin saber muy bien por qué, la gente continua comiendo reunida con más gente y los amigos siguen llamándose por teléfono o felicitándose el cumpleaños. Es Diciembre y aquí la gente vive aún sin Gobierno. Y es que a veces parece que los Gobiernos no entienden que la gente vive en paz por su soberana voluntad de vivir en paz. Parece que la gente duerme en paz sin Gobierno porque realmente no hacen falta ciertos gobiernos. Es un silencio armónico y social imperceptible para quienes aúllan en los púlpitos. Un silencio solo comprensible para los gatos.



                    

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El cartero responsable que soñó con un piano

El sueño

Soñó con una película en que un artista elevaba un piano con una grúa a una gran altura y después lo arrojaba a un valle en el que el público congregado aplaudía con casco de protección. Era cartero y el día antes había entregado una postal en que aparecía un pianista rubio en una piscina. Cuando despertó pensó: "Si se puede romper un piano se puede arrojar al aire cualquier cosa. Todo es frágil"

Esa mañana su mueble enorme estaba allí como todas las mañanas desde que tenía memoria. Su mueble pesaba más cada día y la última semana le había crecido un cajón nuevo. Libros, carpetas, lámparas, billetes de tren, fotografías de gentes que ya no eran gente, revistas, bolígrafos caducados, llaveros, colores, cuadernos de música sin escribir y, sobre todo, cientos de cartas que nunca pudo entregar. Necesitaba retirar todas las cosas del mueble.

La tiranía

El mastodonte de madera había engordado demasiado pero debía conservar aquellas cartas por si alguien se las reclamaba. El mueble, que había adquirido su propia autonomía, se instaló delante de una puerta por la que antes se filtraba la luz de la casa. Tanto engordó que su desmesura impedía al cartero salir al pasillo. El cartero se sometió a la tiranía de su mueble en la creencia de que era su memoria. Sin el mueble inmenso nunca podría recordar cuántos telegramas quedaron sin recibir; cuántas botellas quedaron flotando en el mar; cuántos s.o.s. se mantenían flotando en la nada. Como era un cartero responsable aceptó la misión que el destino le encomendaba y se erigió en guardián de las cartas con destinatario desaparecido.

Animales en los cajones

Una noche soñó que el mueble mugía y que golpeaba las puertas con los cuernos. Por la mañana, sin más trámite, decidió deshacerse de él. Pero cuantas más cosas retiraba más hormigas afloraban entre las grietas del mueble. Incluso se percató de que los propios cajones se reproducían a sí mismos y que cuantos más cajones abría más cajones había. Con pavor comprobó que en el interior de los cajones anidaban serpientes anudadas y se hacinaban gusanos dentro de su gorra azul de cartero cumplidor con su deber.

Con mucho esfuerzo logró mover el mueble. En un día consiguió que avanzara solamente hasta el centro de la habitación hasta que después de arrastrarlo se le partió una pata de caballo que antes no tenía. Sí, al mueble le salieron patas de caballo y temió que también le salieran brazos y tentáculos que pudieran cogerlo, guardarlo en un cajón y encerrarlo con llave. Se dio cuenta de que esa noche no podría dormir y que debía deshacerse del mueble-mamut cuanto antes.

Estado de sitio

Cuando había conseguido mover el mueble hasta el pasillo, éste se atravesó de tal manera que el cartero quedó encerrado en la casa sin poder salir. Había que partir el mueble en piezas. Sacó todos los cajones, desatornilló las puertas y con un hacha se dispuso a partir al pesado jabalí de madera.

Pero los cajones se ordenaron unos encima de otros y se unieron a las puertas de manera que habían conformado otro mueble. Y, peor aún, esos cajones habían guardado en su interior su comida, sus cientos de cartas, su teléfono, sus emociones, sus pijamas, su ropa limpia, sus jarabes y el cansancio necesario para poder dormir. A partir de ese momento ya no podría dormir porque nunca estaba cansado. Se agotaría recorriendo las calles con su carrito lleno de cartas y no se cansaría nunca. 

Creatividad

La energía inusitada que le confería la falta de cansancio le acercó a la clarividencia: había usado demasiada fuerza y poca imaginación. Entendió que debía tratar la madera de acuerdo con su naturaleza de material hendible. La herida de la madera se encuentra a lo largo de su fibra. Con poco esfuerzo haría finas virutas, incluso podría convertir su mueble-plantígrado en polvo. No tenía que romper su mueble con un hacha sino rajarlo, lijarlo, corroerlo y herirlo hasta que el serrín dispersara aquella unidad compacta en millones de unidades ligeras. Por otra parte, él no debía ser la memoria de las cartas sin destinatario; ni el mar de las botellas con mensaje; ni el aire de los mensajes de auxilio. Las cartas merecían el olvido simple que había en todas las papeleras de la ciudad.

Liberación y descanso

Durante semanas trabajó duro y consiguió convertir su mueble en marcos para cuadros de Magritte, cajas para los instrumentos de unos músicos, un ala delta, un biombo, unas bolas redondas, cientos de palillos chinos y una tabla de salvación. Cuando regresó de un larguísimo viaje a bordo de su tabla encontró su casa con cien puertas siempre abiertas. Toda la luz de la calle entraba por su balcón. Su casa era muy grande, blanca y limpia. Así, sin nada más que el suelo y las paredes, el cartero se encontró cálidamente libre. Sacó por fin su cansancio de una caja de cartón y durmió durante mucho tiempo. El artista que tiró el piano por una montaña continuaba subido en la grúa y le saludó amablemente.


                 

domingo, 25 de octubre de 2015

La neurosis de las palomas

                 
Ciento veinte escalones sumaron para llegar a un campanario donde las palomas estaban locas. Su enajenación llegó a tal extremo que se quedaron quietas sobre una piedra negra. Nadie sabía que no se moverían hasta que terminara la última vibración de la última campanada que dio Mr. Hyde en el último de sus arrebatos. Llegó enfurecido por un amor que nunca empezó y golpeó la campana con tal fuerza que todos los pájaros se volvieron de colores vivos y sangrantes. Los cazadores no tardaron en verlos y mataron a todos los faisanes del lugar. Dicen que desde entonces las coristas lucían lindas boas y que los hombres se emborrachaban más deprisa sólo con mirarlas.

Ciento veinte escaleras tenían las ciento veinte torres que subieron los investigadores equivocados buscando a las palomas neuróticas que se quedaron quietas. Nadie sabía cómo llegar a la torre del desamor dulce de Mr. Hyde salvo su gato azul. Cuando el gato de Mr. Hyde tomaba el Sol la ventana goteaba té con ginebra sobre las plantas de un ordenado y disciplinado vecino quien se preocupó seriamente porque se percató de que eyaculaba ilegalmente cuando soñaba que tomaba curvas a más de ciento veinte.

El contable que vivía en el apartamento de enfrente contemplaba al gato de Mr. Hyde todas las tardes. Cuando el auditor visitó la empresa del contable observó que todos los saldos arrojaban ciento veinte inputs de tiempo azul, con folios azules y con peces azules; ciento veinte proveídos de dulce de frutas para una fábrica de sillas colgadas de los árboles y ciento veinte outputs de computadoras contadoras de unidades individualizadas de la Nada. Ciento veinte kilómetros de soledad cálida componen la unidad de la templanza, el sueño y los sueños en que se bajan ciento veinte escalones hasta llegar al vientre donde duermen las palomas que vuelan. 


                             

viernes, 16 de octubre de 2015

El alien y el aire

                     
Estrenando el aire

Cuando se aprende una palabra nueva parece que se estrena el aire otra vez. Solipsismo: forma radical del subjetivismo. No hay que temer a las palabras nuevas; ni a las frases nuevas que forman las palabras nuevas; ni al lenguaje nuevo que nace de las frases nuevas ni, en definitiva, al pensamiento nuevo que nace del lenguaje nuevo.

El humo de las palabras

Había un niño a quien le gustaba repetir sus palabras nuevas a la gente: “una micra es una cosa muy pequeña. Micra, micra, micra” Pero la gente no se sorprendía de las palabras nuevas tanto como él. Por eso, tuvo que aprender que en ocasiones las palabras nuevas causan miedo, burla o simplemente indiferencia. Como si quemara todo el miedo del mundo en sus hogueras la Santa Inquisición quemó miles de libros; miles de personas, con sus ideas y sus hijos, con sus recuerdos y sus madres; juzgó y quemó el alma humana, el alma de los niños con palabras nuevas, sin entender que el humo la hizo expandirse aún más. Quemó el pensamiento como si quemando páginas se quemaran las palabras. “Enfiteusis: un derecho sobre una superficie de tierra

Un necio se ríe

¿Quién no ha visto alguna vez a un necio reírse de una palabra nueva? Si el miedo a las palabras nuevas es temible, más temible es la risa. La risa del necio es contagiosa y, en principio, parece inocua pero es ácido corrosivo para la comunicación. Esa risa que consolida y reafirma al necio en su necedad; esa risa que legitima la ignorancia como estética de una ética mezquina; esa risa que despide a la innovación, al aire fresco, a las ideas nuevas. Esa risa grasienta ante las palabras nuevas se ha instalado en la colectividad de tal manera que cualquier atisbo de novedad hace saltar las alarmas de la ignorancia cómoda y acomodada. “Tensioactivo: cualidad de una molécula

Y cuando las palabras nuevas dejan de aflorar y de manejarse por la sociedad, la sociedad se vuelve más gris, más tibia, menos alegre, menos ingeniosa. Menos palabras, más oscurantismo, más inmovilismo, menos risa, ¡menos risa!

Estrenando el silencio

El niño que estrenaba palabras como si estrenara juguetes aprendió también a estrenar silencios. Los silencios, igual que las palabras nuevas, también son nuevos cada vez que se producen y también se producen frases de silencio, lenguaje de silencio y, en consecuencia, existe un pensamiento del silencio. Cuando el silencio es acompañado de fanfarrias, luces de colores, gritos y campanadas, deberían encenderse las alarmas de la involución, la pereza y la tristeza social. “Sinécdoque: alteración del significado de las palabras por la que se menciona la parte por el todo o viceversa”

La primera respiración de la humildad

La primera vez que el niño se percató de la risa necia se enfadó mucho. El enfado por la incomprensión le duró hasta la adolescencia. En el río apasionantemente hostil de la adolescencia se enamoró de la contracorriente y aprendió a escribir, estudiar, escribir y volver a estudiar. La humildad se presentó como ese vestido de primera comunión que uno debe ponerse ante cada palabra nueva. Cada palabra necesita su primera respiración, su primera pronunciación, su primera comprensión por quien la dice y, finalmente, la alegría del alma: el entendimiento de quien la recibe. Solo se trata de escuchar, aprender, tomar aire y pronunciar lo aprendido: es como la vida.

"Be yourself, no matter what they say.
I´m an alien, I´m an legal alien.
I´m an englishman in New York"

     

miércoles, 14 de octubre de 2015

Algunos gestos de la muerte

Sin gesto


Un hombre mayor moría en su cama. El agua que le daba su esposa para beber le caía lenta y tibia por el cuello. Quieto sobre la almohada todo paró a su alrededor. La hiedra trepadora de la muerte había amarrado su cuerpo a la cama. Las sábanas se volvieron frías y la inexpresiva muerte se llevó para siempre su mal genio con olor a tabaco.

Mujeres negras rezaron cientos de rosarios y lloraban hojas secas mientras los niños se convertían en moscas alrededor del cadáver imaginario. En aquel año aún no se veía bien la cara de la muerte.

La cara de la normalidad

Una mujer mayor también moría en su cama mientras dormía. Quería estar guapa para el día siguiente y se puso crema en la cara. Pero ella ya no tenía días. La casa se convirtió en un apeadero soleado en el que paró el tren en una estación de pueblo a cuarenta grados.

Le quitaron una sortija con cuidado para no hacerle daño sin entender que el dolor ya no era cosa suya. Desde entonces el verano sabe a muerte en esa casa. Ese año la muerte sí mostró su cara y lo peor es que no era desagradable. La muerte tenía una cara terriblemente normal. Una normalidad que heló el verano.

Severidad y ternura

Una niña paseaba cogiendo setas alrededor de los árboles. Riendo dulcemente comía todas las setas aunque le habían dicho que algunas eran venenosas. Comió flores negras, líquenes rojos, hongos con suspiros y lamió el manto de moho que cubría una roca afilada como un cuchillo.

La niña murió buscando un camino de regreso a casa entre los árboles. Pero como los árboles son muy egocéntricos sólo supo caminar en círculo. La muerte tenía una cara muy severa ese día, pero se adivinó cierta ternura entre sus cejas cuando dejó crecer fresas de los deditos morados de la niña.

Parsimonia

Un hombre no quería envejecer y por eso nunca movía las manillas del reloj hacia atrás. Llevado por sus extrañas teorías sobre el movimiento de los relojes, paralizó los relojes de arena organizando playas muertas en dos continentes de cristal. Restó luz a los relojes de Sol. La sombra de su aguja se volvió líquida y así nacieron las clepsidras. Manipuló los cronómetros con convincentes argumentos y les hizo engordar tanto que los segundos pesaban toneladas hasta que se colapsó la velocidad.

El hombre murió de locura encerrado en la enorme caja de un reloj de pared. Volvió así a un útero materno de madera donde sintió que el péndulo era el cercano corazón de su madre que le daba órdenes. La muerte le dio un manotazo seco como si desnucara a un animal. Era primavera y la muerte tenía en la cara tanta frescura como parsimonia.

La torpeza

Era octubre. La vida era marrón y verde y amarilla. Y la muerte insoportablemente blanca. Un vehículo blanco se detuvo en el centro de la carretera. Unos segundos después se produjo una colisión frontal. Alfred Hitchcock gustaba de inventarse mujeres necias e irritantes en sus películas. Para esta secuencia habría inventado al conductor del vehículo blanco que se detuvo en el centro de la nada.

Después de la colisión el aire no entraba en los pulmones. La inmovilidad blanca dentro del habitáculo esperaba al fuego que vendría después del humo blanco y denso. El silencio también denso avisaba de que quizá el corazón se doblaría sobre sí mismo. A lo mejor las piernas ya no se podrían mover.

El vientre dolía intensamente. Un segundo, otro segundo, el aire no entraba y el humo sabía a plástico quemado. Por fin se escucharon lamentos entre los airbags blancos. El vehículo era una jaula también blanca de la que no se podía salir. Más segundos, larguísimos segundos sin aire...

La muerte tenía para esta ocasión la cara insoportable de la torpeza. Un coche blanco entronizando su descarada ineptitud en el centro de la calzada; como si fuera una vaca exhibiendo esa impericia insolente que desquicia a los hombres templados. El joven conductor tenía la mano blanda y húmeda, o sea, lechosa, es decir, fatalmente blanca. La muerte entendió que había elegido mal atuendo para ese día y para no lucirse de esa guisa, se fue a casa. Cuando la muerte pasa muy cerca y sonríe se sienten escalofríos y después, calma, mucha calma.


                   


"¿Cuántas vidas vivimos?. ¿Cuántas veces morimos?. Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte, todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuándo perdemos 21 gramos? ¿Cuánto se va con ellos? ¿Cuánto se gana? ¿Cuánto....se gana? 21 gramos: el peso de 5 monedas de 25 centavos; el peso de un colibrí, de una chocolatina, ¿Cuánto pesan 21 gramos?"

21 Gramos, Alejandro González Iñarritu (2003)



jueves, 8 de octubre de 2015

Independencia y olla podrida

   Ese hombre era muy huraño. Vivía en una pensión y en la mesa ejercía su mal gusto seleccionando sin pudor las mejores frutas, las mejores piezas de carnes y pescados, examinándolas una por una sobre la bandeja y llevando a su plato la más apetitosa. Él exigía el mejor lugar de la mesa y solo él podía hablar durante la comida.

  A tal punto llegó su tiranía de mediodía que nadie quería comer a su lado, por lo que el hombre huraño terminó comiendo solo pensándose soberano del ridículo territorio que abarcaba la superficie de la mesa. Mucho tiempo pasó hasta que se percató de que no era el rey de su mesa, sino tan solo un mendigo solo en una mesa abandonada por el resto de comensales. Mientras él pretendía comer solo lo mejor y nada más que lo mejor, los acompañantes fueron huyendo poco a poco a otras dependencias de la pensión, de manera que todos los huéspedes acabaron exiliándose en la cocina.


   En la cocina trabajaba una señora mayor y tan bajita que su cabeza apenas podía asomarse a las sudorosas ollas que hervían casi todo el día. Un día la señora pequeña de las ollas grandes puso un mantel inmenso donde podrían comer cien, doscientos, todos los comensales que quisieran comer rico. Los refugiados del comedor querían comer en paz sin padecer los desprecios de ese señor mezquino que sentía la fuerte convicción de su superioridad gastrointestinal sobre el resto de estómagos.

  Pasó el tiempo y la gobernanta del hostal ordenó servir la comida del comedor en una mesa pequeña destinada a tan señorial estómago: un mantel pequeño, una jarrita de agua pequeña y tan solo un servicio pequeño. Al terrateniente de los manteles le dijo con dulzura y mano izquierda que se trataba de una mesa coqueta y exclusiva a propósito para él y donde nadie más podría comer, ni desayunar, ni cenar. El déspota de la lengua de oro quedó contento y pomposamente agradecido. Pero un día saboreó esa soledad sin sal que había en la sombra de la mesa sola. Como un refrito crudo por dentro, la independencia le sorprendió masticando cartílagos de oveja vieja. Oyó la conversación agradable del resto de huéspedes de la pensión y creyó ver en su plato cómo le señalaba el dedo inquisidor de una garra de gallina. Oyó las voces de la señora mayor que reía mientras hablaba y que trataba a los comensales con educada familiaridad. Y unas gotas de vinagre cayeron en su café cuando escuchó el calor de la cocina. Almendras amargas, tubérculos podridos y leche agria asaltaron su paladar cuando se dio cuenta de que ya no podía comprobar si su filete era el más dorado. El hombre huraño ya no podía saber si su guarnición de verduras era la mejor, ni si su trozo de pan era el más tierno. No podía comparar su plato con el de los demás. Entonces entendió que el pan compartido es el mejor y que la independencia, a fin de cuentas, le resultaba amargamente insípida. 

martes, 6 de octubre de 2015

La carrera



 “¡Vamos chicas, que sólo os queda la cuesta!”. Alentador e irónico comentario en el kilómetro 1 de algún espectador de la Carrera de la Mujer en Alcázar de San Juan. Esta carrera se corre al mismo tiempo que la XIX Media Maratón Memorial Mariano Rivas Rojano. Y, efectivamente, a lo lejos, en la cuesta, se podía ver a más de ochocientos corredores de colores, con un movimiento uniforme y un pensamiento también uniforme: la meta. La valentía del corredor consiste en enfrentarse a ese simulacro de la vida que es una carrera. En una carrera se nace al cruzar la línea de salida, pero antes se ha producido la gestación inherente al entrenamiento.

En atletismo no existe el parto sin dolor y por eso el sudor durante la carrera corresponde al dolor ya sufrido durante el entrenamiento. Un largo entrenamiento que supone la superación del dolor, del frío, del calor y, peor aún, la superación del deseo natural de parar. Entre parar y correr hay un segundo de decisión en que el individuo transita por la cuerda floja de su voluntad. El corredor es un equilibrista que vence el vértigo del bienestar. El corredor es padre y madre de sí mismo; el corredor es huérfano porque nadie puede sustituir su voluntad de continuar adelante. 

Y es que el atleta entrena kilómetros de distancia y horas de soledad. Cruzada la línea de salida, empieza la puesta en escena de la vida. Los kilómetros no solo se abarcan con las piernas sino también con la cabeza. El principal órgano que trabaja el corredor es el cerebro. Se entrenan los músculos y también la voluntad, la ambición, los sueños, la concentración, la paciencia. El corredor es un ser pensador que se mueve. El corredor es un ser que sueña con practicismo. En la carrera -como en la vida- el individuo gana su posición a pulso. En la carrera no hay trampa, ni atajos, ni puertas de atrás, sino solo la línea recta que marcan las señales de los kilómetros. 

“¡Vamos chicas que los chicos ya pasaron hace media hora!” y mientras, suena la banda sonora de la película Carros de Fuego. Las bromas se asumen bien en la carrera. Solo corriendo se conoce el mérito de alargar la zancada y cuánto  esfuerzo supone conocer ese impulso del vientre que llena los pulmones de aire y poder. Afloran las supersticiones, las glucosas, los geles, beber o no beber….la debilidad. Cada corredor ha realizado la carrera que sabe y puede.

Y en la llegada el corredor deja ver su carácter sin disfraces porque el esfuerzo le deja a uno desnudo de correcciones sociales. Euforia, orgullo, sufrimiento, elegancia, alegría. Se oye por megafonía: “!Llegan a meta muchas mujeres y también llegan atletas! el subconsciente del speaker también se exhibe. Se vive como se muere y se llega a meta como se vive. Todo un espectáculo.

                 

                            

viernes, 2 de octubre de 2015

Con alcohol de quemar




  “En cuanto le vi, yo me dije para mí: ¡es mi hombre! Solo tengo corazón para ¡mi hombre! Si me pega me da igual, ¡es natural que me tenga siempre así!, porque así le quiero, ¡a mi hombre! Si me ofrece su amor, le perdono lo peor, ¡a mi hombre!” Interpretando esta humillante muestra de la canción española retozaba Sara Montiel por el escenario en la película La Violetera. Curiosa cinta de 1958, dirigida por Luís César Amador, en la que se ofrece una versión servil del amor femenino.

  En aquella fecha, la violación de la mujer en el matrimonio no era considerada delito de violación sino solamente un delito de coacciones. Por supuesto, el maltrato no se denunciaba. Sobre todo si se presentaban al gran público canciones como esta, que elevaban a la categoría de romántico, atractivo y natural el maltrato por parte de un hombre. La muerte de una mujer por violencia machista era denominada “crimen pasional” y no estaba del todo mal calificado el crimen.

 Dice José Antonio Marina en su muy recomendable libro Pequeño Tratado de los Grandes Vicios (2011) que la ira y la soberbia son pasiones. El hombre machista no mata por amor sino por la pasión de su ira y su soberbia. ¿Cuánta ira es necesaria para rociar a la pareja con alcohol y prenderle fuego con un encendedor?, ¿qué caminos recorre la soberbia para estrangular, asfixiar, apuñalar o disparar a la propia pareja?, ¿bajo qué mandamientos crecieron los niños que hoy golpean la cabeza de una mujer contra el lavabo hasta matarla? ¿Qué obstinada soberbia lleva a un hombre a atropellar con el coche a su mujer o a arrojarla del coche en marcha, o a perseguirla por la calle con el coche hasta que ella se esconde en un portal para evitar el atropello?

  ¿Cuánta humillación ha sufrido una mujer hasta la primera bofetada?, ¿y después de la bofetada?, ¿qué fuerza sustenta a esa mujer para preparar el desayuno a ese hombre?, ¿con qué clase de amor se vuelve a coger la mano de un hombre que abofetea?


  ¿Qué ira tenaz y persistente es necesaria para apretar con un cuchillo los riñones de una mujer durante toda una noche para que no se mueva de la cama ni pueda dormir?, ¿cuánto odio es necesario para sostener ese cuchillo durante toda la noche?, ¿y después de esa noche?, ¿por qué nacen niños después de esa noche? ¿Cuánta rabia alimentada día a día es necesaria para no dejar salir a una mujer de una habitación de la casa?, ¿y para no dejarla comer? ¿Por qué esa mujer no puede regresar a la casa de su familia?

 En 2015 ya han muerto 118 mujeres. Las conductas de maltrato a la mujer no se han erradicado. Y, lo peor, se ha desenterrado esa actitud humillante y servil donde la mujer vuelve presentarse como admiradora de un hombre maltratador: ¡es su hombre!


                   

domingo, 27 de septiembre de 2015

Viaje estepario


En esta tierra seca,
todos los elementos mandan
menos ella misma.
                  
Como lobos en la helada estepa,
viajamos juntos y solos.
Sólo hay páramos
en muchos corazones a la redonda.

Los linces murmuran a rayas
entre los arbustos helados.
Mahler se muere en cada nota
que suena en esta extraña tierra.

Suena la radio.
Hace rato que duermo.
Y tú continuas cruzando el desierto
de mis sueños entre cristales de niebla.

Un águila ensancha el aire
con su vuelo de alma sola.
La elocuencia de las alas
dibuja enigmas en el cielo,
y los gatos descifran los sueños
de la muerte de los ciervos.

El corazón de Van Gogh
late entre las espigas
y aún llora por la luz:
sangre amarilla de Van Gogh.

Fuego:

En el asfalto echan raíces
espejismos cálidos:

                            La Mancha arde.

Los lobos corren hacia nosotros.
Han nacido del calor
y corren entre brumas y velos
de irrealidades cegadoras.

El denso asfalto se los come,
mientras ríen graves las sombras
de cuatro árboles negros.

El Infierno suena como los grillos.
Los demonios maldicen de noche
mientras comen uvas robadas.

Agua:

El agua gesta sus misterios
bajo el suelo de las ciudades.
Hay secretos de agua en cada paso.

Agua silenciosa y oscura,
hondo útero en la tierra.
Cascadas quietas, placenta en las cuevas,
pueblos flotantes en un paisaje invertido.

A veces, el páramo es verde:
es la rebelión del agua.
Los lagos han invadido la tierra
y las aves traen laureles
para celebrar los mares.

Aire:

La cúpula del cielo engendró
el infinito sobre el infinito,
alterando la geometría y los deseos.
El cielo compuso una esfera
alrededor de los caminos.

Y he visto el cielo en los arcenes.
He visto el cielo en las aceras.
He visto en cielo en la hierba.
Puedo decirlo:

                   He visto el cielo.

Los lobos aúllan felices a nuestro paso.
Nuestra piel huele a su piel.
Nos han hecho suyos
en este viaje estepario.
Hace tiempo que nos creció
la Luna en los ojos.

La radio anuncia más frío.
El aire lloverá sin agua.
El agua huirá bajo la tierra,
y la tierra morirá amarilla
bajo un cielo imponente.

El viaje continúa....


                    

viernes, 28 de agosto de 2015

Corte limpio y poca sangre

               

Era verano pero tenía los pies helados. Acababa de salir de la cámara frigorífica donde guardaba los cuerpos despedazados de los ciervos. Siempre tenía sangre de animal en las uñas y aunque se lavaba con frecuencia era muy difícil que el matarife se desprendiera del olor de las bolsas de almizcle que extraía a los animales. Pagaban bien por ello y en aquel lugar solo él manejaba los cuchillos y la sierra de cortar huesos con delicada destreza. En la puerta de entrada había unos baldosines típicos donde el matarife mandó inscribir: “Corte limpio y poca sangre” Y es que el matarife era muy limpio. Su pulcritud alcanzaba a los enormes cubos donde vaciaba los corazones y otras vísceras.

Ese día tenía prisa porque salía en dos horas el tren para asistir a una importante procesión. El matarife era cofrade de una antiquísima Hermandad de Semana Santa que requería el otorgamiento de una escritura pública para ser socio y cofrade. Vestía una túnica morada de terciopelo grueso que le provocaba sudor de cierva y todo el orgullo del mundo colgaba de su pesado escapulario dorado. El olor del almizcle del matarife inundaba las tallas de los Cristos allá donde iba y por eso el público sentía una irrefrenable pasión que les hacía gritar impudicias a la imagen de la Virgen.

El hijo del cofrade había estudiado Lenguas Muertas, no encontraba trabajo, le daban miedo los cuchillos y se arropó con heroína. Esa noche el hijo del matarife apareció muerto entre los ciervos muertos del frigorífico. “Corte limpio y poca sangre”, dijo su padre cuando recibió la noticia. Esa noche su vela recitó letanías en Latín. Y con su enorme hachón de cera desfiló en la procesión. Dicen que se emocionó al oír una saeta.


                    

lunes, 24 de agosto de 2015

Jabón y miel

         



Ven, mi niña, cierra la puerta. Ya ha pasado todo. Deja que te cure. Te bañaré y te limpiaré las heridas. Te han hecho mucho daño. Mucho daño, mi niña. Nunca más habrá moscas alrededor de tu hambre. No permitiré nunca más que alguien niegue tu nombre. Ven, mi niña. Siéntate. Habla hasta que te duermas. Hoy dormirás tranquila en sábanas muy blancas. El mismísimo John Lennon se sentará al piano y cantará para ti lo que le pidas porque hoy guardará su mal genio.

Olvida tu empeño de hallar la raíz cuadrada del cariño, la ecuación de la dignidad o la tangente del engaño. Descansa. Mi niña, acuérdate de quién eres. La niña que contaba cuentos y que era muy buena en matemáticas. La niña que se reía de los hombres serios y que se ponía contenta entonando canto gregoriano. La niña que sabía astronomía y que dormía a la gente averiguando las calaveras en sus caras. Ellas se dejaban tocar por tus manos pequeñas y casi se dormían con tus caricias.


Ven, mi niña. Cierra la puerta que hay mucho jaleo ahí fuera. Entiende que tus sueños vienen grandes a los cerdos enanos. Sé que el realismo te hace polvo las cervicales; sé que ante problemas grandes solo se te ocurren poemas pequeños. Cúrate de tanta sentencia razonada. Te llevaré de la mano y rehabilitaré tu alegría. Un buen día, caminarás tú sola con tus cábalas, abrirás tu agenda y encontrarás esa hermosa nación que es tu piel en la que solo tú mandas.


Relato presentado en Café con Letras,
 31 de Julio 2015

                       

martes, 18 de agosto de 2015

No te confundas

         


Querido, desde que has entrado he visto tu apostura de John Lennon y ha empezado a picarme la piel. Me rasco los brazos y con mirada de psicólogo profundo me preguntas: “¿estás incómoda? Tus gestos te delatan” Y elevo plegarias al santoral para que no se me vea el pensamiento sobre lo tuyo. Sobre todo por economía procesal y porque me dan pereza las explicaciones. Aunque he albergado esperanzas de que esto solo sea un mal inicio, únicamente hablas sobre ti y tus asuntos. Y ahora, como si fuera el mejor toro de esta tarde, desencajonas a Goytisolo y, por piedad, evito preguntarte a cuál de los hermanos Goytisolo te refieres.

Debo tener ojos de pasmo porque me explicas una y otra vez tus elaborados conceptos como si yo no los entendiera. Esa mirada que ves no es de ingenuidad sino de perplejidad. La necedad me deja perpleja. Por eso no hablo y me limito a ser correcta. Tu autoestima es tan elevada que todavía no has pronunciado el pronombre “tú”. Has desenterrado al pobre Leopoldo María Panero y mucho me temo que lo confundes con su hermano Michi quien, por cierto, también está muerto. Espero a que acabes tu disertación que ha empezado a divertirme. Me sacudo las moscas que remolonean sobre mi aburrimiento cuando sin avisar me preguntas cuál es mi horóscopo. Y entonces se me reactiva el reuma.

Hablas y hablas agotando mi caudal de misericordia. No me queda indulgencia y mis ojos se ríen solos. Ni te imaginas que estoy intentando hallar la raíz cuadrada de la majadería y el máximo común múltiplo del cretinismo. Querido, desconfía de una mujer que calla porque no te está admirando. Sólo está siendo educada mientras piensa: “¡Si mi querido John Lennon levantara la cabeza!”

Relato presentado en Café con Letras
31 Julio 2015


     

lunes, 3 de agosto de 2015

La mendiga




Debajo del inmenso cartel de Coca Cola que presidía una curva de la autovía, la mendiga había asentado su chabolo. Cuando salió de la cárcel no encontró a su familia. Sin embargo, no sintió angustia por la soledad. Viviría sola, como siempre, pero sin paredes y sin techo. ¡Sin paredes! Ahora nadie podría atrapar su intimidad bajo puertas con cerrojos. Tendría el Sol para ella sola todas las mañanas.

No tardó en localizar una cafetería donde un muchacho negro hacía un café estupendo. Allí compraba sus dos manzanas diarias y su café. La indigencia no la hundió en la indigencia. Después del café, se peinaba y se lavaba la cara con un jabón amarillo que olía a limón. Su jabón, su espejo, su manta y una radio eran sus grandes pertenencias bajo el cartel de esa universal gaseosa misteriosa.


Algunas noches, antes de cerrar la cafetería, el camarero añadía a su bolsa dos magdalenas que ella guardaba para todo el día. Una noche de verano el camarero la siguió hasta el pequeño campamento bajo el cartel anunciador. Se sentó con ella y abrieron unas cervezas: “¿de dónde eres?”, preguntó ella “de Madagascar” dijo él. Esa noche cenaron cerveza con una bolsa de pipas y, para celebrarlo, liaron dos cigarros. A él tampoco le gustaban las paredes y los techos. Después de unas horas sintiendo las ratas correr bajo las malas hierbas, él preguntó: “¿no te dan miedo las ratas?” y ella dijo: “No. No tengo miedo. ¿Te quedas a dormir o te llevo a casa?”

El chico de Madagascar se tumbó junto a ella y le contó que conocía una piscina muy grande donde irían a bañarse al día siguiente. Y le enseñaría un parque con pájaros rarísimos que viajaron con él desde África. “Y después, te llevaré a ver el mar”.


                    

lunes, 13 de julio de 2015

La mirada que golpeaba en el bolsillo

Relato escrito sobre los términos "obsidiana", "bolsillo" y "anticuario" para la presentación de Relatos Cortos el día 31 de Julio de 2015 en Café con Letras de Valdepeñas

Una mujer que no podía llorar calculaba su dolor entre facturas y albaranes de entrega con la mención “Fragilísimo” Compró objetos de madera que olían a casa acogedora; compró el perfume de una alcoba con tormentas y compró un collar con emociones rojas y blancas que le reflejaban serenidad en la cara.

Pero no podía llorar. Había roto la pieza de arte más valiosa que nunca había visto y aun así no lloraba. Acababa de arrojar al suelo unos ojos limpios que –según le dijo el anticuario- habían pertenecido al Caballero de la mano en el pecho. Había comprado la mirada de la ternura investida por la virilidad. Compró la mirada noble del sexo y sólo ella había apreciado el valor de esa antigüedad.


Cuando salió de la tienda guardó los ojos en el más hondo de sus bolsillos. Justo en ese hueco donde golpean las olas de la tela cuando se mueven las piernas. Caminó mucho tiempo con la mirada del Caballero guardada en su bolsillo. Recorrió hermosos parques donde había músicos alegres que la invitaron a bailar. Y la tela se movía y los ojos se movían. Precisamente en ese momento en que bailaba con un mimo poco entrenado y que sólo quería unos duros, se derramó una pequeña botella de ginebra que manchó el bolsillo, el pantalón y los ojos que tenía guardados.


En casa colocó los preciosos ojos del Caballero en un lavabo de obsidiana que ninguna empresa de mudanzas quería trasladar. Esa noche la despertó dulcemente un leve olor a ginebra. Allí estaban los ojos limpios mirándola de tal forma que ya no pudo respirar, ni reír sin antes examinar la mirada del Caballero de la mano en el pecho.

Bajo los efectos de una bebida burda que no conocía aromas de sutileza tiró los ojos al suelo. La mirada se rompió en el aire antes de terminar la caída porque había implosionado antes de dolor. No pudo llorar, ni emocionarse por mucho que intentó volver a bailar con el torpe mimo del parque. Compró otras antigüedades de gran valor tales como una lámpara de la oscuridad, unas sábanas de seda china y hasta un perfume de alas de águila que, cuando se lo puso en el cuello, hubo gente que pudo oler susurros de hierba muy cerca de sus oídos. Pero en ninguna tienda, ni siquiera en las más escondidas y exquisitas, pudo comprar la dulzura del llanto.



jueves, 2 de julio de 2015

Apología del calor



A pesar del calor antirreglamentario y con varios cangrejos pinzados en cada hombro, cada día acude a cumplir con sus deberes quien tiene deberes y quien siente que los tiene. Calor que pesa y sobrepesa los asuntos, las cosas y los números. Calor que resta la energía a los honestos y que apaga la luz de los siniestros. Calor que suma tensión a las palabras y suma personas a las colas que hace la gente sobre todo cuando más calor hace. Asfalto deslumbrante que despide a los prudentes hacia las madrigueras. Campos amarillos que irritaron a Van Gogh. Porque no era alegría sino la más chirriante irritación lo que sintió Van Gogh frente a los campos de trigo.

Medusas pegadas a la espalda de los trabajadores de la playa que trabajan para la sombrilla y todos esos pertrechos que componen un aburrimiento tan vulgar como caro.
Calor que muele los propósitos y paraliza el futuro en un presente mediano y soportable con un libro a altas horas, la radio y tabaco. Mientras desfilan los borrachos que abandonan fiestas lejanas, al calor de la noche lo cronometra un reloj blando de Dalí que nunca terminará de entender el tedio de los minutos. Frida Kalo pintó sus dolores en verano; el cineasta Kievslosky imaginó su Trilogía de colores en verano y, a lo mejor, el big bang sucedió un verano.

Calor que huele a toldo y canela. Calor que humea en ventanas negras. Calor que arde llano y extenso donde nada se levanta salvo la tristeza de las espigas. Calor de entierro a destiempo. Calor de boda exagerada; boda con alfombra roja y beatas negras; boda con tafetanes que suman grados a todos los termómetros. Verano de bodas con rumbas y sevillanas que saben a caramelo antiguo y a mantilla remendada.

Calor de alcohol con sobregraduación. Sangre espesada, lengua pesada, piernas de plomo. Alcohol caliente con hielo barato menos frío que el hielo legal. Música mediana que repite las notas hasta el exterminio con metralla de todas las melodías. Verano enlatado del que huyen los sensatos. Esa estirpe de gente que usa elevado factor de protección solar y social y que se retira a ese otro calor de las películas antiguas mientras la noche transcurre sin su nombre. Retirarse a la bendición de la soledad donde el calor acompaña y la fruta muy fría calma la piel sobreexpuesta.


Veranos en que se resuelven asignaturas pendientes. Son esos meses en los que estudiar implica una cura de soledad en que el amor propio regresa justo cuando se compone el silencio total. Nada se oye en las noches de verano en paz, salvo ese ensayo del susurro en que habla la gente que pasea a deshora. La gente que emigra de lo social lleva el kit de supervivencia imprescindible para el verano: libros, música, agua y silencio. Y es que el calor, sobre todo si se pronuncia en olas, es una tempestad más para la que no hay paraguas. 


Os dejo esta canción eterna. Que la disfrutéis.


Blog Conviviendo con un runner inquieto






Este blog es imprescindible para recabar información sobre los distintos eventos y actualidad en atletismo. Proporciona información sobre entrenamientos, eventos, competiciones y en definitiva sobre la forma de vida que implica este deporte. 

Conviviendo con un runner inquieto es toda una referencia entre los aficionados a correr. Gracias a Ana por su puntual información y a Javier por compartir sus experiencias.

viernes, 26 de junio de 2015

El llanto era su Ley



Empezó a llorar sobre las 17,15 de la tarde. Su impúdico llanto no disimulaba que esa tarde era muy especial para ella porque recibiría una visita. Una peluquera fabricó en su melena rubia y larga numerosos rizos que, bien dispuestos sobre la espalda, recordaban la imagen de un Cristo procesional y morado con espinas de pasión. Los hechos que acuciaban su hígado atormentado eran realmente graves. Enfermedades, soledades e ingratitudes decantaron un barro finísimo en el que se bañaba una y otra vez hasta que sus propias lágrimas adquirieron un perceptible olor a linimento. Si existiera un sentido innato de la justicia este moriría de escándalo ante tanto dolor injusto. Tanto lloraba que las lágrimas conocían los caminos de la pena y –obedientes- se dirigían a un sumidero emocional que rebosaba compadecencia.

Rodeada de mandos a distancia, podía imaginarse fácilmente una vida de parálisis sepultada en una cama algodonada. Su manejo de los mandos a distancia denotaba su enfado constante con las cosas desobedientes…y también con las personas desobedientes. Su enfado era propio de quien recorre en dos segundos la distancia entre la tristeza y la ira: un segundo para secarse las lágrimas y otro segundo para articular la acusación que sustenta la ira. Arrojaba los mandos a distancia a una distancia imprudente para solicitar después con pena que se los entregaran. En plena ira se entreveían ciertas posibilidades de movimiento que ella no tardaba en ocultar.

El alijo de medicinas olía a alcoholes podridos. Sábanas con asepsia putrefacta. Aire limpio enmohecido. Mientras hablaba llorando, echaba hacia atrás con brío larguísimos rizos que una paciente peluquera había fabricado quién sabe con qué exigencias. Esa peluquera perfecta para ella, que rizo a rizo, se volvió sorda por mera supervivencia. En esa terrible postración del alma, en esa charca de agua insalubre, engordó un enorme tubérculo de ego y se ahogó el famélico concepto del “tú”. "Tú" era un pronombre prohibido, prohibitivo y proscrito en la ciénaga de los egos mórbidos.

La bendición del movimiento desapareció de esa vida cuando ella degustó la miel de la silla de ruedas. La autoridad que confiere el desvalimiento fue un gas letal para la acción. “¡Mira el Sol!. ¡Mira qué bonita es la tarde!. ¿Te apetece tomar una cerveza?” Quizá una copa de ginebra le habría agitado las vísceras y le habría recordado la risa. “No puedo beber porque no tengo ácido fosfórico en el cerebro”, entonces extraía de un caro bolso el bote de ácido fosfórico. Hacia las 20,30 horas continuaba llorando. Llamó a la señora que le servía y le ordenó preparar la cena. Se iría pronto a dormir. Sin embargo, no imaginamos que antes de dormir y a solas en su cama esta mujer continúe con su llanto. La verdad es que tan solo imaginamos plácidos ronquidos.







domingo, 21 de junio de 2015

La suerte del nadador


Nadar hasta el agotamiento de los brazos descansa el agotamiento de la cabeza. Entrar en el agua como volviendo al útero materno y hundirse dulcemente como una piedra en un río. Cinco minutos nadando, las piernas se despiertan y el cuerpo se estira. Desaparece imágenes-alfileres, palabras con aristas y olores a desentierro. Todo se hunde en el agua azul de un olvido momentáneo. Bucear es placentero. Irse a otro mundo denso donde se oye la propia respiración como a la propia consciencia. La presión del agua en los oídos, aguantar la apnea el máximo tiempo posible…Todo es azul, suave, el agua suena a lejanías y todo es lento. Las noticias y desnoticias repetidas hasta taladrar los recuerdos del día, se disuelven en el agua como gotas de vinagre en un río de agua dulce. Se aguanta la apnea para disfrutar más tiempo del mundo tibio, de la placenta gigante.

Una brazada y otra brazada de buceo y el cuerpo se impulsa hacia arriba cubierto del aire que los pulmones habían aguantado. Habrá más gente que vive en estado de apnea voluntaria; en continuo estado de inmersión; buceo a pulmón libre fuera del mundo y de la información que deforma la paz del mundo propio. Un estado de aislamiento donde nadie puede introducir prejuicios, ni inducir al “despensamiento”.

La vida dentro del agua; vida de separación voluntaria de la comunicación, de la contaminación cerebral y la lobotomía de espectáculos adultos fabricados insultantemente para un público infantil. Y vivir esos días en que la luz del Sol entra en el agua y entonces crecen enormes lirios alargados dentro de la piscina o del mar. El Sol entra en el agua y suma al cuerpo una belleza que quizá no tenga. Una voz lejana recuerda estadísticas de desempleo e índices de variables macroeconómicas.

Una brazada, otra brazada, media hora en el agua. Hace un rato que el aire ya ha conseguido llegar al vientre bajo. Entonces, surge la paradoja del nadador: conseguir llenarse de aire, para mantenerse más tiempo en el agua. Al principio los brazos pesaban, pasado un rato se adormecen y continúan apartando agua. Desaparecen las noticias de impacto, los líderes sonrientes, la oficialidad y sus calumnias. Se hunden pesados y negros. El recuerdo de una gota roja queda en el agua. Al final, el nadador solo quiere oír la propia respiración y vivir en un buceo constante, dentro del agua donde el sonido y la comunicación son lentos, mucho más lentos. Nadie molesta.