domingo, 21 de junio de 2015

La suerte del nadador


Nadar hasta el agotamiento de los brazos descansa el agotamiento de la cabeza. Entrar en el agua como volviendo al útero materno y hundirse dulcemente como una piedra en un río. Cinco minutos nadando, las piernas se despiertan y el cuerpo se estira. Desaparece imágenes-alfileres, palabras con aristas y olores a desentierro. Todo se hunde en el agua azul de un olvido momentáneo. Bucear es placentero. Irse a otro mundo denso donde se oye la propia respiración como a la propia consciencia. La presión del agua en los oídos, aguantar la apnea el máximo tiempo posible…Todo es azul, suave, el agua suena a lejanías y todo es lento. Las noticias y desnoticias repetidas hasta taladrar los recuerdos del día, se disuelven en el agua como gotas de vinagre en un río de agua dulce. Se aguanta la apnea para disfrutar más tiempo del mundo tibio, de la placenta gigante.

Una brazada y otra brazada de buceo y el cuerpo se impulsa hacia arriba cubierto del aire que los pulmones habían aguantado. Habrá más gente que vive en estado de apnea voluntaria; en continuo estado de inmersión; buceo a pulmón libre fuera del mundo y de la información que deforma la paz del mundo propio. Un estado de aislamiento donde nadie puede introducir prejuicios, ni inducir al “despensamiento”.

La vida dentro del agua; vida de separación voluntaria de la comunicación, de la contaminación cerebral y la lobotomía de espectáculos adultos fabricados insultantemente para un público infantil. Y vivir esos días en que la luz del Sol entra en el agua y entonces crecen enormes lirios alargados dentro de la piscina o del mar. El Sol entra en el agua y suma al cuerpo una belleza que quizá no tenga. Una voz lejana recuerda estadísticas de desempleo e índices de variables macroeconómicas.

Una brazada, otra brazada, media hora en el agua. Hace un rato que el aire ya ha conseguido llegar al vientre bajo. Entonces, surge la paradoja del nadador: conseguir llenarse de aire, para mantenerse más tiempo en el agua. Al principio los brazos pesaban, pasado un rato se adormecen y continúan apartando agua. Desaparecen las noticias de impacto, los líderes sonrientes, la oficialidad y sus calumnias. Se hunden pesados y negros. El recuerdo de una gota roja queda en el agua. Al final, el nadador solo quiere oír la propia respiración y vivir en un buceo constante, dentro del agua donde el sonido y la comunicación son lentos, mucho más lentos. Nadie molesta.






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