lunes, 13 de julio de 2015

La mirada que golpeaba en el bolsillo

Relato escrito sobre los términos "obsidiana", "bolsillo" y "anticuario" para la presentación de Relatos Cortos el día 31 de Julio de 2015 en Café con Letras de Valdepeñas

Una mujer que no podía llorar calculaba su dolor entre facturas y albaranes de entrega con la mención “Fragilísimo” Compró objetos de madera que olían a casa acogedora; compró el perfume de una alcoba con tormentas y compró un collar con emociones rojas y blancas que le reflejaban serenidad en la cara.

Pero no podía llorar. Había roto la pieza de arte más valiosa que nunca había visto y aun así no lloraba. Acababa de arrojar al suelo unos ojos limpios que –según le dijo el anticuario- habían pertenecido al Caballero de la mano en el pecho. Había comprado la mirada de la ternura investida por la virilidad. Compró la mirada noble del sexo y sólo ella había apreciado el valor de esa antigüedad.


Cuando salió de la tienda guardó los ojos en el más hondo de sus bolsillos. Justo en ese hueco donde golpean las olas de la tela cuando se mueven las piernas. Caminó mucho tiempo con la mirada del Caballero guardada en su bolsillo. Recorrió hermosos parques donde había músicos alegres que la invitaron a bailar. Y la tela se movía y los ojos se movían. Precisamente en ese momento en que bailaba con un mimo poco entrenado y que sólo quería unos duros, se derramó una pequeña botella de ginebra que manchó el bolsillo, el pantalón y los ojos que tenía guardados.


En casa colocó los preciosos ojos del Caballero en un lavabo de obsidiana que ninguna empresa de mudanzas quería trasladar. Esa noche la despertó dulcemente un leve olor a ginebra. Allí estaban los ojos limpios mirándola de tal forma que ya no pudo respirar, ni reír sin antes examinar la mirada del Caballero de la mano en el pecho.

Bajo los efectos de una bebida burda que no conocía aromas de sutileza tiró los ojos al suelo. La mirada se rompió en el aire antes de terminar la caída porque había implosionado antes de dolor. No pudo llorar, ni emocionarse por mucho que intentó volver a bailar con el torpe mimo del parque. Compró otras antigüedades de gran valor tales como una lámpara de la oscuridad, unas sábanas de seda china y hasta un perfume de alas de águila que, cuando se lo puso en el cuello, hubo gente que pudo oler susurros de hierba muy cerca de sus oídos. Pero en ninguna tienda, ni siquiera en las más escondidas y exquisitas, pudo comprar la dulzura del llanto.



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