sábado, 25 de junio de 2016

Mercedes y Curro

El cuidador cuidado


Día Uno. Acaban de entrar dos ambulancias al hospital que hay enfrente de nuestra casa. A lo mejor ha sido un jabalí jugando. Lesiones poco serias. Mercedes dice que las lesiones son graves cuando el forense reconoce muchos puntos de secuela. Es un buen nombre para una pulga: Secuela. Mi hermano Pancho tuvo una pulga y se quejaba mucho. Aunque creo que faltaba a la verdad porque las pulgas nunca van de una en una. Se agrupan como los pinos, como las piedras del río o como los troncos que hay en la leñera.

Día tres. Hace tiempo que no veo a mi hermano. Sin mí padece una manifiesta indefensión aunque él no lo sabe. Igual que Mercedes que no sabe que yo debería llamarme Martín. Hoy he soñado que caía por un espiral enorme dando vueltas sin parar. Y que un hombre muy severo que se llamaba Otrosí me esperaba al final del tubo. El sueño ha acabado bien porque estaba resbalando por un rulo larguísimo de Mercedes mientras ella se reía. El pelo le olía como una noche en el campo.

Día cinco. Desde este balcón en el que observo la calle, me acuerdo de mi hermano Pancho. Había un cuidador en la perrera a quien mi hermano llamaba Stultus Maximus. Cada mañana el gran Stultus llegaba con un cubo repartiendo el pienso y nos decía a mi hermano a mí: “Para los chiquitines la mitad de pienso” ¿En qué extraño fundamento se apoyaba nuestro empleado para afirmar que somos pequeños? Yo soy el más grande de toda la camada y mi hermano es como mi padre, enorme respecto al resto de sus hermanos y además somos altos de cuartos traseros. Es irrefutable: no somos pequeños.



Día siete. …..Era aún peor cuando Stultus nos insultaba llamándonos `perros de interior´. Soy un conquistador del aire libre y no se han dado cuenta. Cuando vamos a ver a los jabalíes estamos todo el día fuera de la casa. Los jabalíes son animales extraños. Cuando se aproximan infunden el mismo miedo que el sonido hondo de cuatro elefantes pensando. Pero no son tan sagaces como creía. Nunca he entendido por qué nunca usan las puertas para entrar a los sitios y necesitan escarbar debajo de una valla para entrar. Un jabalí es lo que necesita el cuidador de la perrera.

Día nueve. ¡Ha venido mi hermano Pancho!, ¡Está aquí! Es un hecho probado que sigue sintiéndose igual de indefenso que siempre, aunque él lo inadmita. Debería haberse llamado Peñasco pero nadie lo sabe. Hoy no han entrado ambulancias en el hospital. El sol es mucho mejor hoy. Mercedes ya se ha sentado en el sofá porque quiere jugar conmigo. Voy a llevarle su juguete para que se divierta un rato.

Día diez: Desde hoy ya no cuento sólamente los días impares. Volveré a contar los días pares porque mi hermano está fuera de la perrera y no volverá a ver a Stultus Maximus. Además, estará conmigo y necesita mi protección. Volveré a defender nuestros intereses legítimos como antes. Y además me tiene que ayudar con Mercedes porque necesita jugar y ponerme al sol. ¡Así ella parece tan feliz!
Madness
Forever young (2010)
Album The Libery of Norton Folgate
Cuando fui joven las noches y los días eran largos
y los días tan intensos como los girasoles al sol.
Permanece joven para siempre,
antes que el paraíso se pierda 
y la inocencia se marche.

                           


The Artist
(Michel Hazanavicius, 2011)
Genial película francesa de cine mudo
con el gran actor canino Uggie



domingo, 19 de junio de 2016

Domingo y los tulipanes amargos

El conquistador suave

Domingo conocía bien el negocio de la ferretería. Los clavos eran su especialidad. El día que un viajante de Jaén le quiso vender los primeros clavos sin cabeza no dejó que le engañaran. “Los clavos sin cabeza no existen” sentenció. Y el viajante de Jaén, quien además también vendía ropa de bebé, se marchó de la tienda a visitar otras tres ferreterías ese mismo día.

Conocía también Domingo todas las modalidades de baile de salón. Los sábados por la tarde su señora y él visitaban un gran recinto donde muchos matrimonios se divertían practicando y exhibiendo todo lo aprendido en las clases semanales. Las chicas que iban a clase en el turno de noche ironizaban con sus pantalones grises que ocultaban el vientrecillo redondo de Domingo. Su señora asistía a clase en el turno de mañana. A él le gustaba halagar a las compañeras de clase “Qué amable es Domingo” decían las chicas. “Qué contentas se ponen con cualquier cosa que les digo. En cuanto yo quisiera tendría una aventura con la chica que eligiera” pensaba él.

En las clases, los profesores asignaban las parejas para que nadie se sintiera excluido. Domingo tomaba a sus compañeras por la cintura como un padre. Al principio, sus manos castas creaban confianza en sus parejas de baile. Por eso ellas no imaginaban la fruición con que esperaba Domingo el momento de ensayar el tango. Fue después de unos cuantos tangos cuando todas coincidieron en su opinión: “Domingo está salidísimo” y por eso rehuían a Domingo y su pecho pequeño y estrecho. Además bromeaban cada clase con la mala fortuna de aquella compañera que fuera asignada a las manos temblorosas y cándidas de Domingo.


La soberbia humilde de los clavos

La ferretería que había en una calle paralela a la suya empezó a vender clavos sin cabeza. Domingo se enteró cuando una vecina le dijo que había comprado unas `puntas´ para cuadros pequeñitos porque le venían muy bien para colgar los bodegones que pintaba su marido. El viajante de Jaén había pasado por la puerta de su ferretería en varias ocasiones y Domingo siempre había sentido pena de él. Según el ferretero, vender jerseys de bebé y alcayatas era un oficio miserable. Al fin y al cabo, en su comercio había cincuenta y cuatro cajones con cincuenta y cuatro clasificaciones de artículos de metal niquelado. Tenía sartenes con patas, sartenes sin patas, parrillas de última generación y jaulas con puerta corredera. Tenía cuberterías para dotes; aceiteras con una `c´ para el aceite de la carne y aceiteras con una `p´ para el aceite del pescado; tenía pomos de cerámica, guantes metálicos protectores para carniceros industriales y un césped artificial en dos colores que quedaba muy vistoso. Y, después de enumerar los artículos que tenía en su punto de venta, siempre concluía diciendo: “y todo eso es un plus


Y un día, la ira

La mujer de Domingo lo admiraba en público, se compadecía de él en privado e intentaba que no se enfadase cuando estaba con él. Siempre iba a recogerla a clase de baile. Un día se enteró de que su señora había bailado bachata con el monitor de baile. Todas las compañeras la felicitaban porque había bailado muy bien. Domingo se interesó por esa modalidad de baile y se encaramó en un descomunal enfado cuando vio la coreografía: “O sea, ¡que juntas tus caderas con las suyas y después os movéis!” y acto seguido arrojó un plato de pimientos fritos a una pared recién empapelada con enormes tulipanes. Rompió el cristal de una puerta, rompió un costurero y tiró al suelo el mantel de la mesa con todo lo que contenía. Gritó y gritó hasta que en un arrebato de silencio, del peor silencio, de ese silencio que debe haber en el centro de los huracanes, cogió a su señora por el brazo y lo retorció hasta que lloró de dolor. Después la zarandeó y, cogiéndola por la nuca, golpeó su cara repetidamente contra un lavabo. Ya no iría más a bailar. A partir de ese día su señora odió los tulipanes, odió la música y le odió a él.

Y también a partir de eses día el pánico provocó en la señora de Domingo el peor tipo de incontinencia que se puede sufrir en el suelo pélvico y para el que no sirve un simple pañal. Caminaba con miedo por la calle por si le sucedía lo peor y alguien olía su drama. Evitaba relacionarse con sus amigas para que nadie se diera cuenta de lo que le ocurría y tardó poco tiempo en percatarse de que sus hijos habían sentido asco alguna vez.
Ella ya no volvería a reír ni a bailar. Alguna noche soñó que se enfadaba con Domingo y que se reía de sus tetillas caídas por las que ya no sentía su antigua ternura. Imaginó en alguna ocasión que se rebelaba, que le hablaba seriamente y que Domingo la entendía. Pero cuando escuchaba al aire tropezar en la boca de su marido con todo lo que albergaba esa cavidad, una ola de repugnancia le recomponía el seso. El estómago se le convirtió en la caja fuerte de todo el miedo. El miedo para comer; el miedo para reír; el miedo para dormir…. Domingo no imaginaría nunca el profundo desprecio que sentía su señora cuando le oía enumerar los artículos de sus puntos de venta y sus largas y consabidas peroratas políticas y morales. Domingo el ferretero no sería capaz de adivinar que cada punto geográfico de su persona era la mejor referencia para describir el asco.

El ferretero continuó asistiendo a sus clases de baile y mostrándose amable y paternal con sus parejas de baile. “¡Si supiérais a lo que tengo que renunciar en clase!, ¡si yo quisiera!”, decía a sus compañeros que se divertían mucho con el amable Domingo. Todas las noches, antes de regresar a casa desde las fiestas de baile de salón compraba dos pasteles almendrados para su señora. Y cuando lo veían entrar en el coche con el paquetito de pasteles todos coincidían en afirmar: “qué buena gente es Domingo
Modena City Ramblers
Bella Ciao
Canción popular italiana


La rebelión no se piensa, se empuña.

                      


Una mañana me desperté y encontré al invasor. Oh! Partisano, llévame contigo porque me siento morir. Y si yo muero de partisano tú me debes enterrar allá en la montaña bajo la sombra de una bella flor. Y la gente que pasará me dirá ¡qué bella flor! Y ésta es la flor del partisano, muerto por la libertad.