lunes, 1 de agosto de 2016

Cándida, Blanca, Albina, Clara.


Obra del pintor Vicente Galán Fernández

  Cándida no entendía el color porque era blanca desde que nació. El día de su investidura mostró sus heridas de guerra con la túnica abierta ante el Senado tal y como se exigía en los ceremoniales de investidura de los senadores. La cicatriz en el vientre era una luna tumbada que marcaba las mareas de su alegría. Había anidado en su vientre la indefensión de una cierva despedazada pero mantuvo sus piernas erguidas. Fue después de esa herida cuando se convirtió en pez invirtiendo sus centros de gravedad y su espalda creció en el agua anulando su cicatriz. Por los raíles de la anestesia se marchó a un acogedor desierto de dunas dulces. Los muertos más queridos llevaban búhos y halcones en sus hombros y le dijeron tres cosas: que el agua le estaba esperando, que la Matemática no entiende de cálculos y que los senadores eran miopes.

......y los peces protegieron su vientre



   Cuando le quemaron los ojos visitó las tierras de la ceguera durante veinte segundos en los que se sentó en una biblioteca antiquísima. Una anciana iba anunciando el nombre de los veinte ciegos con quienes mantuvo una larga entrevista. Cada uno narró a Cándida su intimidad sin colores y se sintieron liberados y entendidos porque ella tampoco sabía qué eran los colores. Cándida sólo entendía la luz absoluta y nada más. Los ciegos solo entendían la oscuridad absoluta y nada más. Un diálogo perfecto cada segundo de deslumbrante brillantez.

   La cicatriz en la frente nació por  el golpe de cien martillos y la cicatriz en los dedos nació por manejar un punzón durante todas las noches de diez años para tallar una estatua sobre un diamante. El diamante venció y jamás existió una estatua imposible.

   Cuando los senadores vieron a Cándida se deslumbraron por el poder luminoso de su inocencia blanca. Cada uno de ellos estaba tan perversamente condicionado por su único color que no comprendían el concepto de la luz. Y es que cuando ellos abrieron sus túnicas no enseñaron sus auténticas cicatrices porque temieron mostrar los vestigios de su dolor.

Candida, blanca, albina y clara
   El senador Rubrum Carnifex era primario y, de acuerdo con su vugaridad, ordenó a una criada maquillar una profunda llaga en el costado. Así la asamblea entendió que había sido víctima de un martirologio en una lejana guerra con elefantes furibundos. Pero la única cicatriz de Rubrum Carnifex era aquella que le produjo un herrero cuando le extirpó un corpúsculo en el recto. Y es que Rubrum jamás estuvo en guerra alguna.

   El Senador Cyaneus Magister tenía una cicatriz en el hombro porque se partió la clavícula al caerse de un caballo. Todos contaban que el hueso rompió la carne asomando cerca del cuello y que los dos perros de Cyaneus, lamían la sangre mientras él permaneció sin turbación alguna ante tal lesión. No lloró ni gritó ni nada dijo salvo el estoico silencio. Y, privado de sentido, lo halló su asistente quien lo socorrió en el trance. Cuando se retiró la túnica del hombro todos los Senadores rompieron en un aplauso rotundo reconociendo el valor y el mérito de Cyaneus Magister al caerse de su caballo. Lo que no contó el impertérrito Cyaneus fue la ingesta anterior de aromáticas hierbas de la lejana Asia que le anestesiaron el dolor y que fueron causa directa de la caída.

   El senador Viridis Soldadus tenía el muslo atravesado por el cuerno de una cabra. Cuando las cohortes del Emperador Adriano se encontraban en Anglia Viridis ejerció como soldado y cocinero, debiendo matar a los animales con que se alimentaban los soldados. Cuando Viridis Soldadus descubrió su pierna herida los senadores estaban distraídos y apenas aplaudieron al nuevo senador Viridis quien sí estuvo en la guerra de Anglia.

Título: Bodegón con gato azul

   Las cicatrices de Cándida eran ciertas. La irreverencia de Cándida no consistía en haber ido a la guerra y haber regresado herida. Los senadores sabían que de los infiernos sólo se regresaba herido o mutilado. Su atrevimiento consistió en mostrar las cicatrices verdaderas porque el dolor o el placer no habían de mostrarse. De la misma manera que nadie debía conocer el número de monedas que cada uno llevaba en su bolsa, tampoco debía darse noticia alguna sobre las  alegrías o sobre los displaceres.


   Después de la ceremonia de la blanca Cándida el escribano del Senado inventó un nuevo término: candidez. Y el senado de las heridas inventadas y correctas mandó acuñar una moneda en la que aparecía Cándida con su túnica sincera en la que aparecía la leyenda: alba tunicae, albina anima.

The Beatles - Get Back
 Live Rooftop Concert 1969 

Regresa, regresa.
Regresa donde una vez perteneciste