domingo, 10 de abril de 2016

Julián y Amelí


El hambre olvidada

Muchos se han preguntado por qué Eddie Van Halen se giró cara al público aquella noche. Todos creían que el gran Eddie era muy tímido y que por eso tocaba la guitarra de espaldas al público. Sin embargo, Eddie Van Halen únicamente estaba guardando un secreto: su técnica para solo de guitarra. Pero llegó Amelí corriendo por el escenario como ella y solo ella corre. Olisqueó al gran Eddie y no le quedó más remedio que revelar su secreto a los demás músicos guitarristas. Mientras, Julián disfrutaba de la música y de la carrera de Amelia. Y es que en esta ocasión no había motivo para detenerla y protegerla porque en ese inmenso escenario no se volvería a perder. Amelí anduvo perdida mucho tiempo hasta que llegó a un pueblo en el que no podía beber agua y tampoco había comida. Se habían ido todos y ella quedó sola persiguiendo la presa. Famélica y moribunda, conoció el hambre y la desprotección.

Fue una gran cazadora y aún lleva encriptadas las órdenes de la diosa Diana. Pero Julián no permitirá nunca que nadie la vuelva a utilizar para matar a otros animales. Él sabe también qué es correr y liberarse de la propia piel como cuando las serpientes mudan la camisa; él sabe de esa plasticidad que tienen las cosas cuando uno corre y de repente todo es pequeño e irrelevante. Trabajador de las palabras, repele las palabras sobrantes con una hosquedad dulce que solo a él se le perdona.

Amelia lleva a Julián a pasear a su hora y a deshora. Ella corre y Julián “despiensa” lo innecesariamente pensado, porque los seres como Amelia le devuelven a uno la importancia real de las cosas. Ese realismo tan decente que le causa lumbago a Julián necesita de Amelí para drenar la idiotez nuestra de cada día. Amelia es el tamiz que filtra la sebosa ética de los necios. Mientras la educación da forma a la agenda, Brian Johnson entona divertido Highway to hell; mientras un portentoso coloso de la estulticia coge espacio para pronunciarse, Angus Young salta  irreverente por el escenario en el que Amelí caza libre. Cada vez que Julián da forma consistente al homo vulgaris y lo pone un poco presentable con la palabra escrita, Bruce Dickinson empuja su diafragma y pronuncia un grito de rebeldía que solo oye Amelí. Amelia es el ser que avisa de otras posibilidades: correr por el desierto de Túnez o entre volcanes por Islandia. 
O, simplemente, hartarse a reír haciéndose cosquillas sin piedad.

Esa noche, la noche en que se conoció la técnica tapping, le habían dado a Eddie Van Hallen una guitarra roja para que tocara. Amelí olió el color rojo de la sangre y saltó sobre él: había encontrado su trufa.

"Contra las rocas se estrellan mis enojos 
y así toda esperanza me devuelve"